Luego de poco más de una década de gobiernos que se han denominado como “progresistas” nacionalistas, de izquierda, en fin un sin número de nombres y que desde diferentes perspectivas, se reconocían, no sin críticas, como enemigos de las políticas neoliberales, América Latina sigue cambiando su dirección.
La necropolítica y las guerras desatadas por los recursos naturales, son ejemplos de la economía de la muerte, que evidencian cómo la colonialidad, el patriarcado y las nuevas formas de expansión capitalista, se inscriben con violencia en los cuerpos feminizados, empobrecidos y racializados. Un embate del patriarcado capitalista, racista y colonial. El entramado indisoluble de la alianza criminal que aniquila vidas, cuerpos y territorios.
A este escenario hay que sumarle el avance creciente de nuevas formas de fundamentalismo y neo-integrismo religioso, impulsados por las derechas políticas cristianas, tomando en cuenta que hay derechas teñidas de progresismo, y el capital financiero, que conquista espacios políticos estatales ¿gubernamentales? y sociales.
Los discursos y prácticas neoliberales patriarcales, racistas, homófobas, misóginas, xenófobas y heteronormativas, pretenden regular y homogeneizar los cuerpos, las sexualidades y proyectos vitales en nombre de los valores religiosos cristianos. La retórica de la que llaman ideología de género, impulsada por las iglesias evangélicas, pentecostales y católicas, es el ejemplo más visible de las formas en que se manifiestan estos neo-fundamentalismos coloniales globales anti-feministas y anti-derechos.
Las izquierdas latinoamericanas, con todas las diversidades que existen, afrontan, entre otros factores, las consecuencias de procesos reformistas fallidos, que han tenido distintas expresiones en los gobiernos de izquierda o centroizquierda, progresistas, que han gestionado el poder. Gobiernos que tampoco, significaron ni significan, para las mujeres avances específicos desde perspectivas feministas.
El avance del totalitarismo y los fascismos, va de la mano con el incremento de actores religiosos, sobre todo evangelistas y neopentecostales que han irrumpido en los escenarios políticos. Esa irrupción no es nueva; estos grupos religiosos, financiados con capital estadounidense, tienen más de cuarenta años de estar presentes en América Latina, el mismo tiempo en que avanza y se profundiza el proyecto neoliberal.
Es un proyecto imperial, financiero, eurocéntrico, en el cual el “cristianismo” asume discursos que fortalecen el patriarcado capitalista racista y colonial.
Con el desmantelamiento de las Comunidades Eclesiales de Base, debido al golpe mortal que Karol Wojtyla y Ratzinger le dieron a la teología de la liberación en la década de los 80 del siglo pasado, las iglesias neopentecostales irrumpieron trabajando, adoctrinando, provocando cercanías y creando comunidad política en las periferias abandonadas por el Estado y por la misma izquierda. Sea en los barrios y con las poblaciones históricamente excluidas, obreras de las urbes, indígenas, poblaciones afros, zonas costeras empobrecidas, anillos de miseria urbanos y campesinos.
Estas organizaciones, iglesias y ONGs disfrazadas, utilizan una retórica muy emotiva, cercana a expresiones usadas por movimientos similares en Estados Unidos y mantienen vínculos organizacionales, financieros y digitales con agrupaciones en otras partes del mundo, incluso con el partido español Vox.
Las iglesias neopentecostales y la católica, se pronuncian expresamente contra el avance de la “ideología de género”: etiqueta utilizada con el objetivo de oponerse a todo grupo o acción que represente al feminismo, los principios de los DDHH, sea la dignidad, la justicia y la igualdad. Se opone al avance en los derechos de las mujeres, al aborto libre, el matrimonio igualitario, el reconocimiento de las identidades sexuales y la educación laica.
El fascismo avanza, en muchos de los territorios, en los nortes y los sures globales. Ante los totalitarismos, los feminismos, en sus diferentes manifestaciones y contextos, deben repensarse y seguir reinventando y comprometiéndose, ética y políticamente, en la organización de los movimientos feministas cercanos a las necesidades de las mujeres excluidas de los relatos democráticos.