“El cambio climático es una realidad cotidiana que nos afecta a todos: desde la isla más remota del pacífico hasta las ciudades más grandes. Las mismas emisiones que calientan nuestro planeta contaminan el aire que respiramos”. Estas fueron algunas de las palabras del Dr. Tedros, Director General de la Organización Mundial de la Salud (OMS), durante la Cumbre Acción Climática 2019 que tuvo lugar el pasado mes septiembre en la sede neoyorquina de Naciones Unidas. Tedros añadió que la respuesta internacional sigue siendo insuficiente: menos del 1,4% del fondo internacional para la adaptación al cambio climático está destinada a la salud.
La OMS estima que, entre 2030 y 2050, se producirán 250.000 muertes más cada año debidas a los efectos del cambio climático. En los años 90 empezaron a publicarse los primeros estudios científicos sobre los efectos del cambio climático sobre los ecosistemas y la salud humana. Comenzaron centrándose en los gases de efecto invernadero, principal causa del calentamiento global. Los estudios aumentaron exponencialmente desde la entrada en el siglo XXI: cada vez había más evidencia científica de las repercusiones directas e indirectas de un clima cambiante sobre la salud, tanto a nivel individual como a nivel poblacional. Actividades humanas como la quema de combustibles fósiles, la deforestación y la ruptura de equilibrios en ecosistemas tanto terrestres como marinos son la principal causa del cambio climático. Tal es el impacto de la actividad humana sobre el planeta que algunos han acuñado el término “antropoceno” para referirse a una era en la que el ser humano da forma al planeta, provocando un cambio ecológico global. Es cierto, los seres humanos moldeamos el planeta a nuestro antojo, pero eso tiene sus consecuencias.
El cambio climático es un problema global que alcanza una perspectiva ambiental, política, económica y social, pero los más afectados son los países de renta baja. Las consecuencias de que el cambio climático impacte más sobre las regiones más pobres del planeta y sobre los grupos humanos más vulnerables van a reflejarse en un aumento de las desigualdades sociales en salud. El número cada vez mayor de desastres naturales relacionados con el clima en los países de origen son factores fundamentales en el aumento los flujos migratorios. Los fenómenos meteorológicos extremos como sequías e inundaciones, la subida del nivel del mar o los huracanes provocan, entre otros, la desertificación del terreno, incendios, que se arruinen cosechas o que disminuya la calidad del agua. Algunos de los efectos directos sobre los habitantes de las zonas impactadas son la malnutrición, la aparición de hambrunas y enfermedades como el cólera. También pueden influir en que se agraven las consecuencias de conflictos armados o incluso provocarlos directamente. Todo ello obliga a millones de personas en todo el mundo a abandonar sus hogares. Son los llamados “refugiados climáticos” o, como prefiere la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), “personas desplazadas en el contexto de desastres y cambio climático”, ya que el cambio climático genera desplazamientos internos y afecta a las personas dentro de sus propios países. Según la Organización Internacional de las Migraciones, unos 250 millones de personas (el 3,3% de la población mundial) son migrantes, y para el 2050 la cifra (posiblemente infra-estimada) sería de 405 millones. Las cifras de un reciente informe del Centro de Monitoreo de Desplazamientos Internos hablan por sí mismas: más de la mitad de la cifra récord de 28 millones de desplazamientos internos en 2018 fueron provocados por el cambio climático. En resumen, el cambio climático (por mucho que se empeñen en ignorarlo los negacionistas) no solo es una realidad, sino que es un motor más potente para las migraciones que los factores económicos y políticos juntos, como subrayan investigadores de la Universidad de Otago, en Nueva Zelanda.